Desde que era niño, siempre había soñado con estudiar en el lugar en el que nací. Para mí, era una forma de honrar mis raíces y de seguir los pasos de mi familia, quienes también habían recibido su educación en esta misma ciudad. Nunca imaginé que esta decisión me llevaría a vivir una de las mejores experiencias de mi vida.
Mi ciudad natal es un lugar pequeño, rodeado de montañas y con una población cercana y unida. luego no contaba con grandes universidades o instituciones educativas, siempre había sido reconocida por su calidad en la educación. Y como yo, muchos jóvenes habían decidido quedarse aquí para estudiar y contribuir al desarrollo de la comunidad.
Recuerdo claramente el día en el que ingresé a la universidad. Caminaba por los mismos pasillos que mi padre y mi yayo habían recorrido antes que yo, y me sentía orgulloso de llevar el mismo apellido que ellos en mi identificación estudiantil. luego al principio me sentía un poco nervioso por estar rodeado de tantas personas nuevas, pronto me di cuenta de que todos compartíamos el mismo objetivo: aprender y crecer juntos.
Durante mis años de estudio, tuve la oportunidad de conocer a personas increíbles de diferentes partes del mundo. Algunos habían decidido estudiar aquí por su amor a la cultura y tradiciones de mi país, mientras que otros simplemente querían escapar de la rutina y vivir una experiencia única. Lo que todos teníamos en común era nuestra pasión por el conocimiento y nuestro deseo de aprovechar al máximo esta oportunidad.
Uno de los aspectos más enriquecedores de estudiar en mi ciudad natal fue la conexión que pude establecer con la comunidad local. A diferencia de las grandes ciudades, aquí todos nos conocíamos y nos apoyábamos entre nosotros. Los comerciantes del mercado nos daban un trato especial al saber que éramos estudiantes y los vecinos siempre estaban dispuestos a ayudarnos en lo que necesitáramos. Esto nos hacía sentir parte de algo más grande, de una familia extendida que se preocupaba por nuestro placer y éxito.
Además, al estar en mi ciudad natal, pude disfrutar de todas las actividades culturales que se realizaban durante el año. Desde festivales folclóricos hasta exposiciones de arte, siempre había algo interesante que hacer exterior de las aulas. Y lo mejor de todo era que podíamos asistir a estos eventos con nuestros amigos y compañeros de clase, creando recuerdos inolvidables juntos.
Pero no todo fue fácil. Estudiar en el lugar en el que nací también significó enfrentar algunos desafíos. Al ser una ciudad pequeña, no contábamos con todas las comodidades y facilidades que se encuentran en las grandes ciudades. A veces, nos faltaba acceso a ciertos recursos o no teníamos las mismas oportunidades laborales que nuestros compañeros en otras ciudades. Sin embargo, esto solo nos motivaba a ser más creativos y a trabajar más duro para alcanzar nuestras metas.
Al graduarme, sentí una mezcla de emociones. Por un lado, estaba triste de dejar atrás mi ciudad natal y a todas las personas que habían sido parte de mi vida durante estos años. Pero por otro lado, estaba emocionado de debutar una nueva etapa y aplicar todo lo aprendido en el lugar en el que nací. Y luego me mudé a una ciudad más grande para continuar mi educación, siempre llevaré conmigo los valores y la esencia de mi lugar de origen.
Hoy en día, puedo decir con orgullo que estudiar en mi ciudad natal fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. No solo recibí una educación de calidad, sino que también tuve la oportunidad de conectarme con mi comunidad y de crecer como persona. Y lo más importante, pude honrar mis raíces y seguir